Hace unos años, durante las vacaciones, llevamos a los niños, con sus primos, al zoo de Calgary. Construimos recuerdos y sacamos grandes fotos. La foto en la que todos los primos se abrazan es mi favorita.
Cerca de los emús, escuchamos el sonido de los pavos reales. Luego encontramos un arbusto con hermosas flores rojas exóticas. Mientras admirábamos las flores, mi marido vio una semilla en el suelo e imaginó que si podía crecer en ese ambiente de zoológico, también lo haría donde vivimos. Así que la llevamos a casa y la plantamos en el calor del invernadero, cultivando la exótica plantita hasta que creció lo suficiente como para plantarla en el jardín que acabábamos de hacer. La primavera siguiente, creció y floreció: pero era amarilla, no roja. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que se trataba de una planta caragana común (una legumbre originaria de Siberia) y no del arbusto exótico que esperábamos.
Fue una gran decepción. Habíamos puesto tanto empeño en cuidar esa planta para descubrir que habíamos cometido un gran error. Era más una mala hierba que una planta decorativa, pero decidimos dejarla plantada como nuestro «alivio cómico». A día de hoy, cuando salimos a pasear y nos encontramos con una valla de caragana viva, no podemos evitar reírnos y recordar nuestra exótica plantita.
Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, plantamos semillas que pensamos que crecerán de forma maravillosa, pero a menudo nos decepcionamos porque no han aparecido esas hermosas flores rojas y exóticas que esperábamos. Le agradezco a Dios que sea paciente y nos ayude a quitar las malas hierbas de nuestro jardín de decepciones si simplemente le entregamos nuestra vida a Dios y le pedimos que sea el jardinero maestro en el jardín de nuestra vida. Estoy seguro de que un día Él hará de ese jardín un lugar espléndido y maravilloso, quizás lleno de muchas flores exóticas rojas, rosas, púrpuras, amarillas y blancas de todos los tamaños y formas. Será mucho más allá de nuestras expectativas, porque Él puede hacer abundante e infinitamente más que todo lo que le pedimos o incluso imaginamos (ver Ef 3:20).
«Señor, que llegue a mi vida la cosecha que Tu dispongas, pero que tenga yo siempre en cuenta sembrar sólo de Tus frutos, que son los únicos que nos llevan a la verdadera vida que sólo Tu ofreces. Amén»
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