Lidiando con la Perdida
Miguel Ángel Silva Ruiz
Recuerdo mi infancia como otras muchas de la década de los 90. Era el hijo menor de una familia de clase media (al menos mis padres se esforzaban porque así lo pareciera), católica no practicante. Y recuerdo aquellos años con felicidad, dentro de la normalidad considerada en la época.
Lo que me llamaba la atención en aquellos años, era que sucedía tras la muerte, y es que tuve que lidiar con ella bien temprano, al perder a mis abuelos a los 5 y 7 años de edad. Luego disfruté de un paréntesis grande hasta el siguiente fallecimiento familiar, pero recuerdo que siempre andaba la sombra por mi familia, como en ocasión que mi padre se libró de un atentado de ETA por poco, justo días antes de mi cumpleaños.
Hasta la adolescencia fui cumpliendo las etapas “establecidas” en aquel entonces, como asistir a catequesis dos años y hacer la primera comunión, pero nunca profundicé en aquellos años sobre lo que significaba, ni sobre lo que me estaban contando. Ya en los años posteriores, al llegar a mis 15 años, la vieja conocida llegó a mi puerta, y esta vez con bastante más fuerza que antes.
Una Gran Perdida
Primero fue una de mis abuelas, pero sin duda el mayor golpe fue perder a mi padre de manera inesperada, en la víspera del día de reyes del 2008, a mis 17 años. Recuerdo aquel día como si hubiera sido ayer. Estar preparándome para asistir a la cabalgata de reyes con mi por entonces novia (hoy esposa) y recibir la visita de la policía, explicándonos que mi padre había sufrido un infarto haciendo aquello que amaba, que era arbitrar un partido de futbol amateur. Fue devastador.
Los siguientes días los pasé en piloto automático. No sabes muy bien si lo que acaba de suceder es real, o es una amarga pesadilla de la que te cuesta despertar. Vas haciéndote a la idea poco a poco de que no podrás abrazar a tu padre de nuevo, hablar con él, pasarlo bien juntos y de lo mucho que va a perderse en tu vida. Lo único que tenia claro dentro de mi dolor es que no podía existir un Dios que permitiera aquello. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi familia? Había lidiado con demasiada muerte a mi edad, y estaba cansado de pensar en una esperanza tras la vida, ni en un Dios que de verdad me atendiera. Despues de aquello, los años fueron pasando, hasta llegar el final de los estudios, el primer trabajo, los planes de emancipación, todo normal, hasta que un día, mi novia me invitó a acompañarla a la iglesia donde había vuelto a acudir recientemente.
Redimiendo el Dolor
Ella se había criado en un hogar evangélico. Había dejado de asistir a la iglesia desde antes de conocernos, pero en los meses anteriores a su invitación había vuelto a acudir regularmente, y aunque al principio era reacio, finalmente decidí acompañarla a una celebración de navidad. Sinceramente, en un principio pensé que aquello no era para mí. La gente me trataba muy bien, como si nos conociéramos de años atrás, pero no tenía una conexión real con nadie ni con lo que sucedía en aquel lugar. A pesar de mis sentimientos, algo me llamaba a asistir todos los domingos al culto. Escuchaba hablar al pastor y notaba que tenia algo especial. Cada día me iba sintiendo mejor, me apetecía descubrir más, mi dolor iba menguando e iba comprendiendo cosas de la vida que nunca había escuchado antes. El Espíritu Santo iba creciendo en mí.
Meses después me invitaron a hacer un estudio del evangelio de Juan. El objetivo real de aquel estudio era el posterior bautismo, aunque no lo inicié con ese fin. Semanas después, sin esperarlo, sentí dentro de mi un llamado especial: Había llegado el momento, quería bautizarme. Dar ese paso de fe que me hiciera ser hijo de Dios y cambiar mi vida, enterrando el dolor para siempre. Lo compartí con mi hermano y mi madre, y fui creciendo en mi vida espiritual hasta el día de hoy.
Una Nueva Vida
Posteriormente vino una mudanza a Almería, donde actualmente resido con mi mujer, mis tres preciosos hijos, e incontables bendiciones más. La mas grande de ellas quizás sea el entendimiento de que la perdida de mi padre fue algo que tenia que pasar, y que me ha traído a donde estoy hoy. He aprendido a canalizar ese dolor para que se convierta en una fuente de que, en las situaciones mas complicadas y dolorosas de nuestras vidas, el Señor obra para su Gloria. Incluso mi madre siguió asistiendo a la iglesia después de mi bautismo, y hoy en día es una hija mas del Señor.
¡¡¡Para más sorpresa, descubrí que podía seguir con mi hobbie motero y trabajar para Cristo!!! Seguir al Señor no solo me ha permitido continuar con mis aficiones, sino usarlas con un propósito, que no es mas que hacer que cada persona tenga un encuentro personal con Jesús, para que su vida sea cambiada eternamente.
Espero verte en el cielo.