Recibí La Respuesta a mi Pregunta

Pablo Sanz 

Cuando tenia quince años era tan rebelde que mi madre habló con el sacerdote del pueblo para ver qué se podía hacer conmigo; él le indicó que había un centro cristiano de jóvenes. Yo accedí a ir y me gustó el ambiente; era más “sano” de lo que habitualmente frecuentaba.

Una tarde, entré en la iglesia y me puse de rodillas a hablar con Dios, al levantar mis ojos vi una imagen de un Cristo en la cruz clavado. Le pregunté “¿Qué haces ahí?” No entendia nada, un hombre justo, que se pasó la vida haciendo bien a la gente, y a cambio, ¿cómo le correspondimos los seres humanos? La única explicación que encontré fue que se trataba de una injusticia más de la vida.

Por aquellos tiempos, comencé a trabajar (no me gustaba estudiar). Compré un ciclomotor que me permitía moverme de un lugar a otro. A las chicas les “molaba” eso de dar un paseo en moto. Cuando cumplí los dieciocho, me compré una moto más grande, después la cambié por otra más grande y así sucesivamente. Quedaron atrás las pocas experiencias frente al crucifijo, hasta que hice el servicio militar; al volver, me dediqué a hacer kilómetros con la moto como un desesperado. No sabía qué me pasaba, me sentía vacío, no encontraba mi lugar en la sociedad, ni le importaba a nadie.

No sabía qué me pasaba, me sentía vacío, no encontraba mi lugar en la sociedad, ni le importaba a nadie.

Me sentía un Bicho Raro

Sentimentalmente no tuve mucha suerte, era un bicho raro, quizás por mis experiencias de juventud con aquél Cristo de la iglesia que sembró algo dentro de mí. Pero yo seguía viajando, cubriendo países con mi moto. Desde Madrid, donde vivía, viajé unos años a Austria en invierno; otros, a Turquía, Grecia, Italia, Alemania…cuando llegaba el fin de semana, me daba una vuelta por Andorra. Hubo años que le hice a mi querida compañera 60.0000 kilómetros, solo usándola durante los fines de semana.

De esta manera quería ahogar el vacío que me consumía, hasta que, a la vuelta de uno de esos viajes, al llegar a casa, mi madre me dio un folleto que habían dejado dos chicas en casa. Venían hablando de Dios, mi madre les dijo que ella no estaba interesada, pero que tenía un hijo que hacía un tiempo se había interesado por esas cosas.

Hasta que, a la vuelta de uno de esos viajes, al llegar a casa, mi madre me dio un folleto que habían dejado dos chicas en casa.

Sí Había Alguien Interesado por mí

Hice acto de presencia a la hora y lugar en que en aquel folleto se decía que el grupo de cristianos tenía sus reuniones, no sin temores, pues pensaba: “¿Dónde me meteré?” Pero escuché canciones que hablaban de esperanza, de llenar el vacío. La palabra de Dios que allí se predicó me impactó; había alguien a quien yo le interesaba: era el Cristo de la iglesia de mi juventud. La palabra de Dios decía que lo que él hacía en la cruz era pagar por mis rebeldías para justificarme delante de Dios, y que, en el día del Juicio Final, yo sería absuelto de toda culpa, si creía que él era mi abogado.

No salía de mi asombro, llegué a casa con la intención de tomar la Biblia de mi madre y comprobar los textos para ver si aquella Biblia que leían aquellos “cristianos” era verdadera o estaba amañada.

¡Era verdad!, decía lo mismo, había salvación en Jesucristo. Acababa de encontrar la respuesta a la pregunta que de joven hice al Cristo: ¿Qué haces ahí?, parecía responderme años después, “Salvarte, eso es lo que hago aquí. Esperarte con los brazos abiertos para que me entregues tu vida y pueda hacer de ti una nueva criatura, con esperanza y un propósito de vida que nunca pudiste imaginar”.

Había alguien a quien yo le interesaba: era el Cristo de la iglesia de mi juventud.

Respondí al Llamado

No pude resistirme ante esa propuesta, entendí que Dios nunca me había abandonado, pero yo a él sí. Le entregué mi ser completo y, a partir de ahí, me comenzó a utilizar para ayudar a otros en su desesperación, para llenar su vida con él y echar toda la ansiedad en los brazos del que le espera con paciencia para hacer de él o ella una nueva persona.

Aquella chica de quince años, que dejó el folleto a mi madre, es hoy mi esposa. Tenemos una preciosa hija de veinte años, de la que estamos muy orgullosos, y viajamos en nuestra moto, rumbo a seguir dando esperanza a otros moteros, compartiendo nuestra afición a las dos ruedas, pero también nuestra pasión por el verdadero Cristo que se comunica todos los días con nosotros y que nos ha prometido que creyendo en él tengamos un lugar en el cielo para que donde él esté, allí estemos nosotros también.