Luz en medio de la Oscuridad

Ismael Palomares López

Nací en una familia creyente en Dios. Decir eso en España puede parecer normal, pero nacer en 1973 en el entorno de una familia evangélica en España no era fácil. 

Mi padre era pastor evangélico y mi madre tenía también responsabilidades y ministerio con las mujeres en la iglesia. Recuerdo que al entrar la democracia mi padre luchaba por defender nuestros derechos de libertad religiosa, que en esa época aún en España era difícil de aplicar. Desde pequeño veía que la religión y creencias que mis padres practicaban era lo mejor, lo más sensato y correcto, como cualquier niño, admiraba a mis padres y confiaba en lo que ellos me enseñaban. Desde muy pequeño, mi abuela materna nos enseñó a orar al Señor a mi hermana pequeña y a mí, con lo que la oración era algo que me acompañó en mi vida desde muy temprano. Yo consideraba la oración como un “superpoder” que otros niños no tenían y yo me sentía especial por ello.

Mis padres me llevaban a la iglesia, donde en la escuela dominical me enseñaban las historias bíblicas y comencé a aprender acerca de Jesús y del sacrificio que tuvo que hacer para salvar la humanidad. Mi vida transcurría como un niño diferente a los demás en cuanto a la religión, pero tranquila durante los primeros años. En aquella época los niños íbamos solos a la escuela, quizá no había tanto peligro y temor por parte de los padres como lo hay ahora, y las clases eran por la mañana y por la tarde. 

Un día, cuando yo tenía unos 9 o 10 años, al regresar por la tarde a mi casa y llamar a la puerta no contestaba nadie, y no tenía llaves, ya que tampoco era costumbre de que los niños de esa edad tuviéramos llaves de casa, así que insistía en llamar y no me abría mi madre. En ese momento un temor asaltó mi mente, algo que había escuchado predicar en la iglesia “El Señor ha venido a recoger a Su Iglesia” se había llevado a mi madre y yo me había quedado aquí. Estuve así bastante rato sin saber qué hacer cuando mi madre apareció por la esquina, había ido a comprar a la tienda. Este episodio se repitió en los siguientes años varias veces y siempre asaltaba el mismo pensamiento a mi mente “había venido el Señor a recoger a Su Iglesia” y yo me había quedado. 

Cambió algo en mi interior, desapareció el miedo, el miedo a la muerte, el miedo a no saber qué pasará con mi vida y fui lleno de una paz de la que no era consciente hasta ese momento.

Durante esos años había tenido la oportunidad de escuchar en la iglesia el testimonio impactante de personas que habían vivido vidas muy complicadas y como emocionados contaban lo que Dios había hecho en sus vidas. Un domingo por la tarde, a la edad de 13 años, mi padre nos llevaba con él a predicar a una iglesia evangélica en el pueblo de Bailén. Yo llevaba días con una sensación inquietante en mi corazón y nervioso, le pregunté
a mis padres estando en el coche, que para ser salvo que había que hacer o sentir. Mis padres me dijeron que para ser salvo solo había que creer en el Señor y pedirle en oración perdón por mis pecados y que me salve, Dios haría el resto. 

Yo no tenía grandes pecados que confesar, no era como esos creyentes que habían experimentado grandes cambios en su vida, pero mis padres me decían que todos tenemos que pedirle perdón al Señor, que aunque no hayamos hecho grandes pecados, uno solo ya nos condena y necesitamos su perdón. En ese mismo momento oré a Dios, le pedí perdón por mis pecados y que me salvara. Tengo que decir que no lloré en ese momento, aunque he llorado en muchas ocasiones en mi vida cristiana posterior, pero si cambió algo en mi interior, desapareció el miedo, el miedo a la muerte, el miedo a no saber qué pasará con mi vida y fui lleno de una paz de la que no era consciente hasta ese momento. Le dije a mi padre que era creyente y él me dijo “pues ahora tienes que decirlo”. 

Romanos 10:9 dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Y cuando llegamos esa tarde a la iglesia comuniqué a los creyentes que había aceptado al Señor en mi corazón, a la edad de 13 años. Mi bautismo se produjo un año después el 24 de mayo de 1987 en la Iglesia Cristiana Evangélica de Linares. Desde ese momento he estado sirviendo al Señor
en diferentes ministerios de acuerdo a mi edad, alabanza, liderazgo de jóvenes, predicación de la Palabra, enseñanza bíblica.

He encontrado en CMA el instrumento idóneo para realizar esta hermosa obra de ser luz en medio de la oscuridad.

A los 18 años surgió en mí la inquietud por las motos, en la misma proporción que surgió el miedo de mi madre al montarme en ellas. Había aprendido algo en todos estos años y que le recordaba a mi madre cuando salía en moto: “Mi tiempo está en las manos del Señor y cuando El quiera me llevará. Estoy en Sus manos”. 

Actualmente sigo compaginando diferentes ministerios en la iglesia con la labor de llevar el mensaje de salvación de Cristo a una parte de la sociedad tan particular como es el mundo motero. Romanos 15:20 me ha servido de guía en el ministerio donde el apóstol Pablo dice “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno” y el evangelista Lucas en el capitulo 19:10 dice “Porque Jesucristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” 

He encontrado en CMA el instrumento idóneo para realizar esta hermosa obra de ser luz en medio de la oscuridad. Y que como yo, otros moteros puedan darse cuenta que el único camino a la salvación es a través de Cristo. 

A Dios sea toda la gloria.